lunes, 28 de octubre de 2013

Trabajo en equipo, una cuestión de valores














En nuestro mundo actual, digitalizado por todas partes, tendemos a despreciar muchos conceptos porque nos parece que han quedado "anticuados"; que ya no son "cool", ni "molan", vaya. En este sentido, es curioso comprobar como personas expertas en lo digital, muestran carencias significativas en sus relaciones interpersonales y, en consecuencia, en su capacidad de trabajar en equipo.

Me viene esta reflexión a la cabeza después de una semana en la que el trabajo en equipo ha sido precisamente el denominador común en las sesiones de nuestro máster de Marketing Directo y Digital. El martes, Albert Garcia Pujadas hizo trabajar al grupo-clase el lienzo de un modelo de negocio de forma coral; el jueves, yo les hice reflexionar por equipos en el modelo de relación marca-cliente; finalmente, el viernes tuvimos una sesión de teambuilding, facilitada por Manum Consulting Groupen la que los equipos de tesinas desarrollaron un "business game" de forma colaborativa.

Cuando finalizamos el teambuilding, hice una analogía entre la experiencia vivida y el trabajo a desarrollar por los equipos de tesinas en los próximos nueve meses. En el juego, vimos los clásicos defectos del trabajo en equipo: ausencia de objetivos claros de cada departamento; ignorancia sobre la aportación del equipo al objetivo común; falta de definición precisa de los roles de los miembros del equipo; escasez de comunicación intra e interdepartamental; etc.

Todo esto es lo que, si no se está atento, va a suceder en el desarrollo de las tesinas. Algo, por otro lado, habitual en las empresas y organizaciones del mundo real, claro. Las implicaciones de todo ello son el estrés, la desconfianza y el conflicto improductivo que nos llevan indefectiblemente a la ineficiencia del proceso de trabajo y al agotamiento personal.

¿Qué hacer para evitar todo esto? Algún "onliner" seguramente nos recetaría diversas herramientas digitales para la productividad personal y el trabajo colaborativo. Personalmente, no estaría en desacuerdo con ello. Sin embargo, no creo que la poción mágica para el trabajo en equipo radique en lo instrumental. Más bien pienso que está en el terreno de los principios y valores.

A menudo, en OgilvyOne me han pedido que diera la bienvenida a personas que se incorporan a la agencia (becarios y becarias, incluidos). Siempre les hago el mismo discurso: "si queréis triunfar en esta agencia debéis ser personas muy RARAS". Después de su sorpresa inicial, les describo lo que significa ese acrónimo (que acuñé hace años para captar su atención... y para acordarme de lo que debía decirles):

  • R de Respeto: a las personas y a sus ideas, la materia prima de la que vive el trabajo en equipo.
  • A de Afán de superación: si no luchas por saber cada día un poco más y ser un poco mejor, el producto de tu aportación al equipo será mediocre.
  • R de Responsabilidad: nuestro trabajo siempre es colaborativo; y un trabajo en equipo es una cadena de responsabilidades: si tú no cumples con las tuyas, perjudicas a los demás porque les dificultas cumplir con sus compromisos.
  • A de Alegría: el trabajo en equipo suele ser un "dragon-khan" emocional; para ser un buen jugador de equipo debes ser capaz de demostrar alegría vital, a pesar de los sinsabores del camino. El humor ayuda.
  • S de Servicialidad: el trabajo en equipo no puede entenderse de otra forma que no sea estar uno al servicio de los demás... y todos al servicio del objetivo común.
Pues ya ves, se trata de que cuando trabajes en equipo seas una de esas personas RARAS y que animes a tus compañeras y compañeros a serlo también. Aunque antiguos como la humanidad misma, los principios y valores nos siguen siendo imprescindibles para alcanzar nuestros objetivos en el siglo XXI.

sábado, 12 de octubre de 2013

Crea tu propio futuro

www.angelacolls.com













¿Cuál es el acto creativo supremo de un ser humano? Sin ninguna duda, su propia vida. Reflejamos nuestra creatividad más elevada no tanto en aquello que producimos sino en lo que estamos siendo.

Ayer, 11 de octubre, se cumplieron diez años de mi dimisión como DG en Ogilvy. ¿Por qué dimití... o mejor dicho, para qué lo hice? La respuesta es que deseaba tener una vida más equilibrada y, sobre todo, dedicarme sólo a lo que realmente me apasiona: ayudar a los demás a progresar.

Diez años después, puedo decir que disfruto con todo lo que hago y que trabajo sólo con quien disfruto. Todo un privilegio. Y el motivo de ello es que siento que todas mis actividades están alineadas con mi misión; lo vivo así en mis diferentes roles: como docente, director académico, asesor estratégico, coach y también como marido y padre.

Echando la mirada atrás, recuerdo demasiados años vividos con mucha ansiedad profesional y disfrutando poco de lo que más me gustaba: la docencia; familiarmente, mucho desequilibrio y poco disfrute del crecimiento de mis hijos. Todo ello me provocaba un sentimiento de alta insatisfacción con la vida que llevaba... hasta que dije ¡basta!

Como puedes imaginar, tomar esa decisión no fue sencillo. Mis pensamientos siempre se debatían entre el ángel y el demonio interiores. El primero, animándome a perseguir mis sueños y a no conformarme con una vida mediocre, sin objetivos propios y trabajando a destajo para quienes sí los tienen. El segundo, advirtiéndome de todos los riesgos y peligros imaginables: "perderás tu puesto de trabajo y con él tus ingresos, tu coche de empresa, tu estatus social y, con ello, abocarás a tu familia a una incertidumbre total".

Bueno, ya puedes imaginar quién de los dos ganó. Por cierto, el perdedor no tenía razón: sus catastróficas admoniciones resultaron todas falsas.

En los seminarios in-company que imparto sobre Creatividad e Innovación, siempre animo a los participantes a que, en algún momento de su vida, dimitan. Sí, ya sé que dimitir no es un verbo que se conjugue a menudo en nuestro país. Mejor: quienes lo hagan se diferenciarán de quienes no se atreven. Dimitir de algo implica decidir a favor de ti mismo.

Por cierto, si te preguntas cómo fue mi proceso interior hasta ser capaz de comunicar mi decisión a mi jefe, te diré que siguió las fases típicas en la toma de decisiones del ser humano: emoción-razón-emoción.

El cúmulo de emociones iniciales eran la frustración, la tristeza y la rabia. La elaboración racional significó un viaje a mi interior recuperando la autoestima, siendo capaz de racionalizar que si fui capaz de conseguir lo que había logrado, también sería capaz de ganarme la vida de alguna otra forma.

En la tercera y decisiva fase, el trabajo emocional consistió en dominar el miedo, casi terror, de saltar al vacío y enfrentarme a lo desconocido. Creo que la emoción que sustituyó al miedo y me llevó a la acción fue el amor. Sí, el amor hacia los míos -no quería una vida así para ellos- y hacia mí mismo -soñaba en dedicarme más intensamente a la docencia.

Ayer se cumplían diez años de comunicar mi decisión. Hoy se cumple una década del inicio de una nueva vida, de la vida que diseñé para mí.

Mi mayor acto creativo.

domingo, 6 de octubre de 2013

Humor y docencia














¿Te has aburrido en las clases del cole y de la universidad ? Muchas veces, ¿verdad? Y en la formación de tu empresa, ¿te sueles divertir? Pocas veces, ¿verdad? ¡Qué lástima que los participantes en una sesión formativa estén mirando el reloj para saber cuánto falta para irse... y no para saber el tiempo que les queda para seguir disfrutándola!

Y hablando de disfrutar, siempre me ha sorprendido la falta de sentido del humor de una buena mayoría de los docentes. ¿Piensan acaso que decir algo con cara seria hace que ello sea más trascendente? ¿Creen acaso que aparecer malhumorado favorece la atención de sus alumnos y facilita su aprendizaje? Son los docentes que no dan clase "a" o "con" sino "contra" sus pupilos. Una pena.

Lo reconozco: el sentido del humor es una de mis virtudes favoritas... en los demás y en mí mismo. Lo cultivo en todas mis relaciones: con la familia, los compañeros de trabajo, las amistades y, por descontado, con mis alumnos. Creo que es el mejor lubricante para que los engranajes de las complejas interrelaciones humanas funcionen fluidamente, sin griparse.

En clase, el sentido del humor es parte fundamental de mi metodología docente porque me aporta enormes utilidades. Aquí van siete de ellas:
  • ayuda a captar y mantener la atención de un público experto en desconectar cuando "aquí no pasa nada interesante";
  • favorece la conexión emocional entre el docente y sus alumnos porque reduce el gap psicológico entre ambos;
  • propicia la participación en clase porque reduce el miedo al error en público;
  • fomenta la colaboración entre los participantes porque crea una atmósfera lúdica;
  • facilita el aprendizaje de los conocimientos porque reduce la percepción de dificultad de la materia impartida;
  • reduce el absentismo a tus clases porque "con este nos lo pasamos bien";
  • finalmente, para el docente es mucho más agradecido ver cómo se ríen tus alumnos en clase... que verlos marcharse en el descanso.

Como la sal y la pimienta en gastronomía, es importante encontrar la dosis justa: si pecas por defecto, el plato sale soso, plano, gris; si pecas por exceso, lo echas a perder porque te impide degustar el verdadero sabor de sus ingredientes. Pasa lo mismo en clase: poco humor lleva al aburrimiento; demasiado humor, lleva a la banalización de los contenidos y, a menudo, a la pérdida de control del grupo.

¿Y cómo saber cuál es la medida exacta? En mi opinión, es un arte. No sé de ninguna receta. Sobre todo porque depende de la audiencia que se tenga en cada caso, de su estado anímico... y del tuyo, entre otros muchos factores.

Seguiré sobre este tema en futuras ocasiones. ¿Comentarios al respecto del humor en las aulas? ;-)