sábado, 29 de junio de 2013

¡Cuidado con las etiquetas!

Imagen de elcentrobolsero
















Cuando estabas en el "cole", ¿a qué colectivo pertenecías?: "estudiosos", "vagos", "inteligentes", "listos", "listillos", "aplicados", "graciosos", "apocados", "gamberros", "gordos", "gafotas"... Había "segmentos" y "tipologías" para todos los gustos (y disgustos), fruto de una ha(de)bilidad muy humana: etiquetar a los demás.

Hace tiempo leí un texto --de alguien que no recuerdo-- en el que, al hablar de nuestro hábito de etiquetar a todos y a todo, se mencionaba un supuesto aforismo de origen americano en el que se decía que "las etiquetas matan". Al principio me pareció algo exagerado. Después, me he dado cuenta del impacto que una etiqueta puede llegar a tener en la vida de una persona, en cualquiera de sus ámbitos: sentimental, familiar, social, académico, profesional, etc.

Viene esto a cuento de uno de los principios clave que aplico en mi docencia: ¡mucho cuidado con etiquetar a los estudiantes y al grupo-clase!. Y no es sencillo porque, al fin y al cabo, las etiquetas cumplen una función crucial: simplificarnos la vida... para lo bueno y para lo malo. Sin embargo, para los docentes, es una tentación a la que es importante que nos resistamos si somos propensos a etiquetar negativamente.

Esto último me recuerda una experiencia vivida que me dejó perplejo. Estaba impartiendo un seminario de "Coaching para la Docencia" a profesores universitarios. En una de las sesiones, uno de ellos --joven y profesor de una materia muy actual-- nos comentó que, desde el primer día de clase, él estaba convencido de que sus alumnos querían engañarle. Estaba obsesionado con ello y ponía todo su esfuerzo en dificultar que lo consiguieran: controles de todo tipo en los trabajos, vigilancia policial en los exámenes, desconfianza en el trato personal, etc.

Lo malo es que, muy a menudo, la etiqueta se convierte en una profecía autocumplida: las personas acabamos comportándonos como los demás esperan, es decir, de acuerdo a las etiquetas que llevamos colgadas. En consecuencia, no me cabe ninguna duda que los alumnos de este profesor se comportaron "como él quería" y pusieron toda su creatividad --que suele ser infinita-- al servicio de superar los retos que su "cruzada antiengaño" les proponía. En pocas palabras: la etiqueta se hizo realidad.

Aprendiendo de esto, elaboré una diapositiva para la clase inicial de mi asignatura en la universidad. La titulé "Mi credo" y dice así:
  1. Creo en ti.
  2. Creo que estamos aquí --yo también-- para aprender y progresar.
  3. Creo que ya sabes mucho de Marketing Directo y Promocional... aunque no lo creas.
  4. Creo en la inteligencia colectiva: el grupo sabe más que tú y que yo.
  5. Creo que solo aprendemos cuando disfrutamos.
Con ello, hago una declaración genuina de mis intenciones hacia ellos, hacia la asignatura y hacia las diez semanas que compartiremos. En este caso, les etiqueto en positivo: "eres merecedor de confianza", "ya posees muchos conocimientos", "todos juntos sabemos más". La experiencia me demuestra que se comportan de forma coherente con dichas etiquetas positivas, actuando como personas confiables, aportando en el debate colectivo y trabajando motivados en equipo.

En definitiva: las etiquetas son material explosivo que conviene manejar con extrema delicadeza. ¡Mucha atención con ellas en clase... y en la vida!

lunes, 24 de junio de 2013

¿Para qué sirve un máster hoy?




¿Sólo para ampliar y/o profundizar conocimientos? Por descontado, un máster debe servirte para ello. Pero no debe ser ese el único propósito de cursar uno. A mi entender, los meses que dura un máster deben servirte prioritariamente para provocar tu [trans]formación, tanto profesional como personal.

Me referiré únicamente a los másteres que tienen una orientación profesionalizadora, no a los que preparan para un doctorado... francamente, de los primeros acumulo 20 años de experiencia y de los segundos, ninguno ;-)

En los tiempos que corren, el acceso al conocimiento y a contenidos especializados de calidad, se ha convertido en algo no sólo fácil sino también gratuito. Ya sabes: wikipedia, slideshare, infinitos blogs temáticos y, últimamente, las MOOC de las mejores universidades del mundo, son magníficos ejemplos de ello.

Siendo esto así --y más que evolucionará--, un máster debe aportarte mucho más que conocimientos. En concreto, además de "saber", debe proporcionarte "saber hacer", "querer hacer" y "poder hacer". Me explico:

1. "Saber".  Para este objetivo, el programa de un máster debe seleccionar los contenidos que te proporcionen los modelos de pensamiento adecuados para que los conocimientos que obtengas no sean efímeros (especialmente en aquellas disciplinas que evolucionan muy rápidamente como el Marketing y la Comunicación). Además, los contenidos deben escogerse de forma que no sólo sean actuales sino que tengan un largo recorrido futuro. Finalmente, el conocimiento debe ser inspirador para permitirte ir más allá del mismo y ayudarte a impulsar tus proyectos (ya sean propios o de terceros).

2. "Saber hacer". En el pragmático mundo de la empresa --y de las organizaciones que necesitan competir--, saber algo pero ignorar cómo llevarlo a la práctica es, en realidad, no saber. Para ello, los conocimientos que obtengas en un máster deben traspasar el perímetro de lo teórico y conceptual para pisar de lleno el terreno de la aplicación práctica. Este objetivo es primordial para que seas capaz de demostrar el retorno a la inversión de tu contratación... o, por descontado, posibilitarte la puesta en marcha de tu propia iniciativa emprendedora.

3. "Querer hacer". Desarrollar las competencias, habilidades y actitudes necesarias para llevar a cabo tu actividad profesional, será tan importante como tener los conocimientos adecuados y saberlos aplicar: competencias como el autoconocimiento para tu propio liderazgo personal o la empatía, para ser capaz de trabajar eficientemente en equipo, negociar con eficacia o gestionar bien los conflictos; habilidades, muy especialmente en materia de herramientas digitales para optimizar tu productividad y, más importante aún, para gestionar tu propia marca personal; y actitudes, como el respeto, la responsabilidad, el espíritu de servicio y el comportamiento ético.

4. "Poder hacer". Finalmente, todo lo anterior te servirá de bien poco si no tienes dónde desarrollarlo. Para ello, un máster debe proporcionarte oportunidades laborales, tanto si prefieres trabajar para un tercero como si quieres hacerlo como emprendedor de tu propio negocio. Y debe hacerlo de diversas formas. Por ejemplo, proporcionándote prácticas profesionales que complementen de verdad lo que estés estudiando; acceso a una bolsa de trabajo seria y eficaz; y, sobre todo, un networking amplio y cualificado de profesores, compañeros de promoción y alumni.

Estos cuatro objetivos son los que siempre hemos perseguido los equipos de Dirección Académica, tanto del Máster en Marketing Farmacéutico como del Máster en Marketing Directo y Digital en la Barcelona School of Management-UPF.

O sea, que si estás considerando hacer un máster sobre estas disciplinas, no dudes en asistir a sus sesiones informativas... o en recomendarlas, si ya has hecho alguno de ellos.

Gracias anticipadas por ello ;-)

domingo, 16 de junio de 2013

"Sesiones 2.0": aprovechando el conocimiento de los alumnos

Imagen de Chris Sloan

















¿Sólo el profesor tiene conocimientos sobre las materias que imparte? Por descontado, en las que imparto yo --Marketing y Comunicación-- la respuesta es: ¡en absoluto! Los alumnos ya poseen muchos conocimientos adquiridos sobre esas materias y, por descontado, toneladas de experiencia propia... y de sentido común.

Si esto es así, ¿por qué desaprovechar dichos conocimientos y limitarnos a los del profesor? ¿No sería más enriquecedor plantear las clases de forma que quien supiera algo sobre la materia lo compartiera con el resto del grupo? En definitiva, poner al servicio del aprendizaje de los estudiantes la inteligencia colectiva de profesores y alumnos.

Bajo este concepto nacieron las "Sesiones 2.0". Primero las puse en marcha en mi asignatura Marketing Directo y Promocional en la UPF. Viendo que funcionaban bien, las introdujimos también en el Máster de Marketing Directo y Digital de la BSM-UPF. El principio sobre el que se basan es el anteriormente explicado; sin embargo, las puestas en práctica son diferentes.

En la universidad, la mecánica es la siguiente. Los estudiantes de la asignatura disponen desde el primer día de todos ppt que utilizaré a lo largo de la asignatura. Por tanto, disponen de todos los contenidos por avanzado. Los equipos que se constituyen para realizar un trabajo grupal, deben además preparar una de las sesiones del curso. Se trata pues de que impartan ellos la clase. La preparan basándose en mi documentación y buscando ejemplos por su cuenta que ilustren los conceptos de la sesión.

En el máster, el procedimiento es un poco diferente. Al inicio del programa, y a la vista del calendario de sesiones de todo el curso, los participantes deben seleccionar al menos una sesión en la que colaborar con el profesor correspondiente. Esta colaboración puede tener distintas formas: aportar un caso real vivido que ilustre los conceptos de la sesión; enriquecer los ejemplos con otros buscados por el participante; o, incluso, preparar la sesión con el profesor e impartirla conjuntamente. En definitiva, los participantes hacen más que nunca honor a esa denominación participando en la docencia.

Con esta metodología, los beneficios son claros para los estudiantes:

  • los que dan las clases deben verdaderamente aprenderse bien la materia... y, de paso, se dan cuenta de lo que supone "hacer de profes";
  • los que escuchan, lo hacen con mayor atención por respeto a sus colegas... y porque saben que luego les va a tocar a ellos estar en su lugar;
  • finalmente, para unos y otros, la responsabilidad de la co-evaluación (en la universidad, ellos mismos puntúan a cada equipo).
Pero también también tiene ventajas para los profesores:
  • consiguen enriquecer los contenidos de sus sesiones;
  • desarrollan una mayor interactividad con los alumnos;
  • logran unas sesiones mucho más dinámicas... y menos cansadas para ellos;
  • y como resultado, las puntuaciones a su docencia son mejores.

Invito a mis alumnos y Alumni --y a quien le apetezca, claro-- a opinar sobre esta metodología. Seamos consecuentes y pongamos la inteligencia colectiva al servicio de su mejora. ¿Alguna sugerencia?

domingo, 9 de junio de 2013

Actitud "egoless"



¿Nunca te has sentido un instrumento al servicio del ego de alguno de tus profesores? ¡Cuántos excelentes investigadores se ven obligados a dar clase cuando, en realidad, odian hacerlo! Y a cuántos directivos, ejecutivos y emprendedores exitosos les encanta dar clase en un máster... para tener una audiencia que les escuche y les admire: ¡qué brillante es!

Es lo que denomino "docencia de escaparate", en la que el profesor "se mira pero no se toca". Está ahí para demostrar su altura intelectual, inalcanzable para su sufridos discípulos quienes, a duras penas pueden seguir el ritmo al que dicta las evidencias de su erudición. En pocas palabras: los alumnos al servicio del profesor.

¡Que hagan lo que verdaderamente hacen bien! Unos, investigar y publicar; otros, dirigir o emprender. Y que den clase los auténticos apasionados por la docencia. Así, todas las partes saldrían ganando: ellos mismos, los docentes vocacionales y, sobre todo, los estudiantes.

Sólo concibo una actitud frente a la docencia. Es esta: el profesor está al servicio de sus estudiantes, no ellos al suyo. Está para favorecer su aprendizaje, no para que admiren sus conocimientos.

Porque, en realidad, los estudiantes, además de alumnos son clientes. ¿O no pagan por recibir una docencia del máximo nivel posible? ¿O pensamos que pagan por sentarse a escuchar a eruditos que no se preocupan por su progreso? En la universidad, con el incremento tan sustancial de las tasas, tengo la sensación que los estudiantes van a comportarse cada vez más como clientes. Y si no, al tiempo.

Pues bien, para tener esta vocación de servicio, lo primero que debemos tener es una "actitud egoless". Es decir, dejar nuestro ego fuera del aula. Un buen profesor debe entrar en el aula metido en el marco de referencia de sus alumnos y salir del suyo. Esto no va del umbraliano "yo he venido aquí a hablar de mi libro", sino de "cómo puedo ayudaros aquí y ahora para que interioricéis los conceptos clave de hoy".

Por cierto, si no te sientes capaz de ello, olvídate de la docencia. No pasa nada. No todo el mundo sirve para ella. De la misma forma que no todo el mundo sirve para investigar o para dirigir empresas o para emprender.

O así me lo parece. ¿Y a ti?

lunes, 3 de junio de 2013

El profesor-coach




Permíteme empezar con dos premisas que, para mí, son básicas como docente:
  • creo que la docencia va de aprender, no de enseñar; en consecuencia, el protagonismo debe ser del estudiante, no del profesor;
  • creo en el potencial de la inteligencia colectiva; o sea, todo el grupo junto es capaz de saber más que cualquier profesor individual.
Partiendo de estas dos premisas, la pregunta que debe formularse hoy un profesor es la siguiente: ¿cuál es la mejor función que puedo desarrollar para facilitar el aprendizaje de mis estudiantes? Ciertamente, la respuesta no es obvia. El paradigma en el que se ha basado la labor del docente durante siglos ha sido el "yo sé; tú, no" que conllevaba el "yo hablo; tú escuchas". O sea, "yo Tarzán; tú Chita".

Bien, creo que estarás de acuerdo en que esto está finiquitado. Por descontado, es así en la formación de postgrado; pero también en la de grado, con los estudiantes asistiendo a clase con portátiles y tablets conectados y a pocos clicks de todo el conocimiento mundial sobre lo que el profesor les está contando.

Probablemente, muchos profesores universitarios estén horrorizados frente a esta nueva situación. A mí me parece magnífica. Por fin, el docente no puede escudarse únicamente en la transmisión del conocimiento y debe bajar al ruedo de la facilitación del aprendizaje. Poco a poco, se va haciendo añicos esa sarcástica frase de Mark Twain en la que decía que "la educación consiste en que los apuntes del profesor acaben en los del estudiante sin pasar por el cerebro del uno ni del otro" (vía @XSalaimartin).

En efecto, los tiempos actuales requieren otro rol del docente: el "profesor-coach". Un nuevo rol que se acerca más al entrenador deportivo que al párroco del púlpito:
  • consensuar retos... más que obligar
  • preguntar y escuchar... más que hablar
  • provocar... más que argumentar
  • dar feedback... más que discursear
  • mover a la acción... más que controlar
Estas son, precisamente, las principales herramientas en una conversación de coaching. Una conversación que tiene el propósito de conseguir que quien recibe el coaching sea capaz de hacerse cargo de su propio reto... y en la que el coach, ni le juzga ni le da consejos.

¿Y si lo trasladamos a la docencia? Yo procuro hacerlo porque estoy convencido que vale la pena confiar en la responsabilidad de nuestros estudiantes y en su infinito potencial de aprendizaje.

O así me lo parece. ¿Y a ti?